El investigador de escenas de crímenes aprende rápido que los gusanos y los cadáveres van juntos. Durante muchos años esos gusanos no han sido más que otro elemento desagradable del deceso que desaparecía en cuanto el cadáver tocaba la mesa de autopsia. Sin embargo, a través de los años, científicos han investigado esta ciencia, convirtiéndola en el trabajo de campo más cercano a un estudio biológico.
Los insectos son el grupo de animales más numeroso del mundo. Son una de las muchas clases de artrópodos, que constituyen el filo más numeroso y diverso del reino animal. El término “artrópodo” se aplica a animales invertebrados dotados de un esqueleto externo y apéndices articulados, e incluye, entre otros, insectos, arácnidos, crustáceos y miriápodos.
La entomología forense es, según el Consejo Americano de Entomología Forense, el nombre que se le da a cualquier aspecto del estudio de esos insectos y artrópodos que interactúa con asuntos legales. Más en concreto, el entomólogo forense es el que interpreta la interacción ejercida entre los artrópodos y el cadáver durante la descomposición, descartando así los organismos que están presentes por casualidad y proporcionando a la policía toda la información que pueda resultar útil para resolver el caso. Normalmente, la contribución más importante que un entomólogo forense puede hacer es la de determinar el intervalo postmortem, es decir, el tiempo transcurrido desde la muerte hasta el hallazgo del cadáver.
El fin de este artículo es adentrarnos en esta, para muchos, desagradable ciencia forense, con el fin de descubrir todo lo que estos insectos pueden contarnos.
El primer documento sobre un caso resuelto a partir de la entomología forense data del siglo XIII. En 1235, Sung Tz’u escribió un libro que posteriormente sería llamado, en su traducción de 1981, The Washing Away of Wrongs (La eliminación de los errores). En él relata como en una aldea china se cometió un asesinato cuyo arma homicida, según el juez, había sido una hoz. Al resultar infructuosos tanto los interrogatorios como otras vías de investigación, el juez reunió a todos los hombres de la aldea, cada uno con su propia hoz. Al aire libre de aquel día de verano, las moscas se arremolinaron en torno a una hoz, aquella en la que se encontraban restos de sangre, así como de tejidos orgánicos. Ante este hecho, el dueño de la hoz no pudo más que confesar el crimen.
En 1668, Francesco L. Redi, con su estudio de la carne podrida que estaba tanto expuesta a las moscas como protegida de ellas, echó por tierra la hipótesis de la generación espontánea de la vida, negando que las moscas saliesen de la carne en mal estado al hallar una relación entre las larvas que aparecían en la carne podrida y los huevos que las moscas depositaban en ella.
Más tarde, Bergeret (1855), cerca de París, fue el primer occidental en utilizar los insectos como indicadores forenses, al realizar una autopsia al cuerpo de un bebé que se encontró detrás de una capa de yeso de una casa que estaba siendo restaurada. Bergeret determinó que el conjunto de los insectos asociados con el cadáver señalaban que el asesinato se había cometido mucho antes de 1855, pudiendo exculpar así a los entonces propietarios de la casa. Los métodos y materiales que utilizó fueron muy similares a una de las técnicas que los entomólogos forenses todavía hoy utilizan: la sucesiva colonización de un cadáver por una sucesión predecible de especies de artrópodos.
Entre 1883 y 1898, J. P. Megnin publicó, en Francia, una serie de artículos que trataban también este tema. El más famoso de ellos lo publicó en 1894 bajo el nombre de La Faune des cadavres: Application de l’entomologie à la médicine légale (La fauna cadavérica: Aplicación de la entomología a la medicina legal). Su idea era que se podía conocer el intervalo postmortem analizando las diversas especies de artrópodos que se encontraban en el cuerpo en descomposición, ya que estas “escuadrillas de la muerte”, como él las llamó, o grupos de artrópodos, son atraídas de una forma muy selectiva y con un orden tan preciso que una determinada población de insectos sobre el cadáver indica el tiempo transcurrido desde el fallecimiento. Megnin dividió esas escuadrillas de la muerte en 8, cada una de las cuales siente una apetencia específica por cada uno de los distintos olores que despide el cadáver durante la putrefacción. Esas 8 fueron reducidas a 6 casi un siglo después por Jerry Payne. En 1965, a partir de sus estudios con cerdos muertos y los cambios que en éstos se producían tanto al estar expuestos a insectos como al no estarlo, introdujo el sistema que utilizan hoy en día la mayoría de los entomólogos forenses. Definió la sucesión como el cambio que experimenta el cadáver a medida que cada grupo de organismos se alimentan de él. Ese cambio hace que el cadáver sea atractivo para otro grupo de organismos distinto, que a su vez lo modifican también para el siguiente. Este proceso ocurriría una y otra vez hasta que el cadáver queda reducido a huesos.
En España nos encontramos con que en 1886 se hizo la primera referencia a la entomología con una perspectiva judicial. Graells presentó en su artículo un breve resumen de la fauna entomológica que acude a los cadáveres así como una descripción de los fundamentos que apoyan al entomólogo y a su capacidad para los peritajes forenses.
Más recientemente, Villalaín (1976) estudió los coleópteros necrófagos de ocho provincias españolas durante los meses de verano, utilizando ratones de laboratorio como cebos y comparando sus resultados con los trabajos y publicaciones de Megnin, revelando la importancia de conocer en detalle la entomofauna propia de cada lugar para poder aplicarla correctamente a la medicina legal.
Muchos más estudios realizados por otros autores tanto con cadáveres humanos como con animales provocaron que la entomología forense entrase en una fase de rápido crecimiento, convirtiéndose en una disciplina exacta referida a la teoría y a la práctica forense.
Insectos de importancia forense
Lo habitual es que se distingan cuatro categorías de insectos que están en relación directa con el cadáver (Goff, 1993):
- Especies necrófagas: son los insectos que se alimentan del cuerpo, los más significativos a la hora de estimar el intervalo postmortem cuando nos encontramos en los primeros estadios de la descomposición. Incluyen dípteros y coleópteros.
- Especies parásitas y depredadoras de los necrófagos: es el segundo grupo más significativo de insectos asociados a cadáveres. Incluye himenópteros y coleópteros que, siendo necrófagas en las primeras etapas de su desarrollo, se vuelven depredadoras en los últimos.
- Especies omnívoras: aquí podemos incluir insectos como las hormigas, las avispas y algunos escarabajos que se alimentan tanto del cadáver como de los artrópodos asociados a él. Si las poblaciones de estos insectos son muy numerosas, pueden provocar un retraso en la tasa de descomposición del cadáver, ya que disminuye la población de necrófagos.
- Especies accesorias: incluye organismos que utilizan el cadáver como una extensión de su propio hábitat natural, como las arañas, los crustáceos e incluso los ácaros.
Los insectos presentes en un cadáver, en cualquier hábitat, serán tanto especies exclusivas de ese hábitat como especies de amplia distribución geográfica. Puede que algunas especies sean comunes a lugares diferentes, pero sus ciclos biológicos serán distintos. De esta manera, no se comportarán igual dependiendo de la zona, el clima o la época del año. Esos insectos que llegan al cadáver suelen ser del orden de los Dípteros, Coleópteros, Himenópteros y Lepidópteros.
El orden de los Dípteros es uno de los más grandes de insectos. Son lo que comúnmente conocemos como moscas. Muchos de ellos están asociados a materia orgánica en descomposición, mientras que otros son depredadores o parásitos de insectos. Los más comunes en la descomposición cadavérica son los de las familias Calliphoridae, Muscidae y Sarcophagidae o, lo que es lo mismo, Califóridos, Moscas y Sarcofágidos. Los encontramos tanto en etapas larvales como en etapas adultas, siendo muy útiles para la determinación del intervalo postmortem. Unos ejemplos son las moscardas de la carne, las moscas azules y las moscas domésticas.
El orden de los Coleópteros contiene muchos grupos de importancia forense, siendo el grupo más rico en especies en un cuerpo en descomposición. Sin embargo, en este caso, no hay un tiempo característico de aparición, debido a las diferencias en el papel que juegan las diferentes especies en la descomposición. Hablamos de lo que conocemos como escarabajos. Los más importantes son los Staphylinidae o Estafilínidos, que son carnívoros; los Carabidae o Carábidos, depredadores que cazan, por lo general, insectos; los depredadores de la familia Histeridae o Histéridos; los coleópteros de la familia Silphidae o Sílfidos, conocidos como los “escarabajos sepultureros”, que se alimentan de los restos mortales o de los otros artrópodos presentes en ellos y ponen sus huevos sobre el cadáver o debajo de él; así como las familias Dermestidae o Derméstidos y Cleridae o Cléridos, que viven en la carroña.
Los insectos del orden de los Himenópteros juegan también un papel muy importante en la descomposición cadavérica. Este orden comprende a las hormigas, abejorros, abejas y avispas, entre otros. Los miembros de las familias Ichneumonidae o Icneumónidos, Braconidae o Bracónidos y Chalcidoidea o Calcidoideos son parasitoides de larvas y pupas de dípteros, coleópteros y otros insectos. Esto quiere decir que, durante su ciclo larval, estos insectos se desarrollan en su víctima, lo que influye en la descomposición del cadáver.
Por último, los insectos del orden de los Lepidópteros son comúnmente conocidos como mariposas o polillas. La mayoría de ellos tiene poco que ver con los cadáveres, pero pueden aparecer, sobre todo en el caso de encontrarnos con un cadáver en el campo, por lo que es importante tenerlos en cuenta.
Insectos en la descomposición cadavérica
Aunque muchos entomólogos forenses hayan intentado diferenciar la descomposición en distintas fases, lo cierto es que es un proceso continuo que no se puede dividir (Goff, 2004). A pesar de ello, el entomólogo M. Lee Goff ha dividido la descomposición en cinco fases.
La primera fase la denomina Fase Fresca, la cual comienza en el momento de la muerte y termina cuando el cuerpo aún está hinchado debido a los gases de la descomposición. Las moscas azules y las moscardas de la carne son las primeras en llegar, alimentándose de la sangre o de las secreciones que encuentren. En el caso de la mosca azul, sólo si consideran que el cadáver proporcionaría una fuente de alimentación para las larvas, las hembras ponen sus huevos, que eclosionan al cabo de unas 12 o 18 horas, dependiendo de la especie de mosca y de las condiciones ambientales. Las hembras de la moscarda de la carne, por el contrario, esperan a que los huevos eclosionan en su abdomen para dejar caer las larvas en los orificios y heridas del cuerpo. Es entonces cuando las larvas empiezan a alimentarse del cadáver (Goff, 2004). Depredadores como avispas, hormigas o escarabajos llegan también al cadáver poco después de las moscas.
La Fase de Abotargamiento es la segunda fase de la descomposición según Lee Goff, la cual se inicia cuando el abdomen empieza a hincharse debido a los gases. A las moscas azules y moscardas de la carne se suman las moscas domésticas, poniendo los huevos prácticamente a la vez, lo que más tarde formará una masa de larvas. A medida que las larvas van aumentando en cantidad y en tamaño, el cadáver atrae a más escarabajos, avispas, hormigas y parásitos de sus crisálidas y larvas.
La tercera fase la denomina Fase de Putrefacción, caracterizada por la rotura de la piel del cadáver y la consiguiente expulsión de los gases que había en su interior. Como el cuerpo aún esta húmedo, todavía hay grandes masas de larvas que se alimentan de él. Aumenta el número de necrófagos y de depredadores que llegan al cadáver, convirtiéndose éstos en los insectos predominantes. Las larvas de mosca, para el final de esta etapa, ya han terminado su desarrollo, y se retiran a un lugar seguro para pupar. Hacia el final de esta fase, en el cadáver no quedan más que huesos y piel, por lo que disminuyen las poblaciones de moscas azules, moscas domésticas y moscardas de la carne, dejando espacio a otros artrópodos.
La Fase de Posputrefacción está caracterizada por la presencia de escarabajos, si bien es cierto que, como las anteriores, depende del hábitat en el que se encuentre el cadáver. Independientemente de esto, en esta fase el cadáver queda reducido a huesos y piel, pasando entonces a la última fase, la Fase Esquelética, en la que no hay insectos relacionados con la descomposición en los restos mortales.
Protocolo para recoger las muestras
Antes de la recogida de muestras y siempre y cuando esa recogida se haga antes del levantamiento del cadáver, conviene tomar anotaciones sobre la ubicación del cuerpo, los insectos que en él se observan así como su actividad, el hábitat general, las condiciones climáticas del momento y todo lo que pueda resultar de interés. También se deben tomar datos de la temperatura, ya que esto puede influir, además de en el proceso de descomposición, en el proceso de desarrollo de las larvas.
Una vez hecho esto, empezamos a recoger los insectos. Se deben coger solo aquellos ejemplares que se vean con facilidad en el cadáver, sobre todo los que encontremos en orificios naturales del cuerpo y heridas. En el caso de que el cadáver se encuentre al aire libre, los voladores los recogeremos mediante la utilización de trampas adhesivas, que deben colocarse aproximadamente a un metro del cadáver, con el fin de que los insectos no se alejen. Lo no voladores, así como los huevos, larvas y pupas pueden ser recogidos con pinzas. Habrá que recoger también muestras de la tierra sobre la que el cadáver si encuentre, lo cual haremos con un embudo de Berlese, que consiste en un embudo con un recipiente para contener la materia vegetal separada por una rejilla metálica y en el extremo del embudo un recipiente con alcohol. Los insectos que se encuentra en la materia vegetal tienden a enterrarse deslizándose por el embudo al recipiente con alcohol.
En el caso en el que el cadáver se encuentre en el interior de un edificio o de un vehículo, debemos adoptar una serie de precauciones adicionales. Observaremos los alrededores a fin de encontrar insectos que hayan sido atraídos por el olor del cadáver, los cuales recogeremos de forma habitual. En el cadáver, nos encontraremos en su mayoría dípteros, tanto larvas como adultos o puparios, que recogeremos igualmente de manera habitual. Habrá que observar muy bien los alrededores del cadáver y, si hubiese alfombra o moqueta o algo similar, mirar debajo, al igual que sucedería en el caso de encontrar el cadáver en un vehículo.
A la hora de hacer la autopsia también se recogerán muestras. En primer lugar, de la bolsa o contenedor en el que se haya transportado el cadáver. Después habrá que mirar cuidadosamente la ropa del cadáver, si la tuviese, centrando nuestra atención en los pliegues y en las zonas humedecidas y, por último, durante el proceso de autopsia, habrá que centrar la búsqueda en el cráneo, en los orificios naturales como la nariz, los oídos, etc., en el pelo, en las heridas y en el tracto respiratorio.
Todas estas muestras anteriormente mencionadas deben ser conservadas de diferente manera según sean adultos o huevos y larvas. En el caso de los adultos, habrá que introducirlos en frascos con etanol de 70° como líquido fijador. En el caso de los huevos y larvas, la mitad de los recogidos los fijaremos introduciéndolos en agua hirviendo tres minutos, para después introducirlos en etanol de 70°. La otra mitad la conservaremos viva y con alimento en el laboratorio, con el fin de hacer comprobaciones más adelante.
Es muy importante señalar que los artrópodos recogidos de distintos lugares y zonas del cuerpo deberán ser conservados y etiquetados por separado, distinguiendo en la etiqueta el lugar o la zona del cuerpo donde se encontró ese espécimen o grupo de especímenes en concreto y en un envase con una correcta ventilación en el caso de las larvas que se vayan a conservar para su posterior crianza. Las muestras deben ser suficientemente representativas, tanto en calidad como en cantidad.
Cálculo del Intervalo Postmortem
El intervalo postmortem es el tiempo que ha pasado entre la muerte y el hallazgo del cadáver. Para calcular ese intervalo de tiempo, los entomólogos forenses se basan en el tiempo que tiene que pasar para que los insectos hallados en el cadáver lleguen al estado de desarrollo en el que se encuentran en el momento de su recogida, así como en la presencia o ausencia de determinados artrópodos basándose en el modelo de sucesión.
Pero antes de calcular ese intervalo postmortem, debemos tener en cuenta variables que pueden estar alterando ese intervalo. En primer lugar, la temperatura influye directamente en el proceso de descomposición, haciéndolo más lento en el caso de temperaturas bajas y más rápido con temperaturas altas. Además, debido a las bajas temperaturas, la velocidad de desarrollo de las larvas disminuye. Es conveniente que, mediante la información de una estación meteorológica cercana, nos cercioremos de la temperatura media de las últimas semanas en el lugar donde se haya encontrado el cadáver. En segundo lugar, hay que tomar en consideración que la masa larval, debido a su propia actividad de alimentación, hace que la temperatura del cadáver aumente, lo que puede dar lugar a un aumento en la velocidad del desarrollo de las larvas aún en condiciones de frío. En tercer lugar, la actividad nocturna de las moscas es bastante reducida, por lo que la oviposición durante la noche disminuye. Las drogas y otras sustancias tóxicas pueden alterar el patrón de crecimiento de las larvas, generalmente acelerándolo. También hay que seguir los pasos ya descritos para la conservación de los artrópodos, ya que una mala conservación puede influir también en el posterior estudio del intervalo postmortem. Por último, cabe tener en cuenta que el enterramiento y la ocultación del cadáver retrasan la actividad insectil, así como el agua, el fuego y el aire, aunque de estas últimas variables se han hecho hasta el momento pocos estudios.
Una vez tenido esto en cuenta y utilizando moscas para analizar ese intervalo postmortem, hay que saber en qué fase de desarrollo se encuentra cada espécimen. A.S. Kamal pudo diferenciar en sus investigaciones de 1950 seis tiempos de desarrollo en la fase de huevo de ocho especies diferentes de moscas azules (Goff, 2004), que tardaron entre 10 y 30 horas en eclosionar. Al eclosionar, las larvas pasan a una primera fase llamada “primer instar”. Se van alimentando del cadáver, creciendo y produciendo una nueva cutícula debajo de la ya existente, para mudarla después. Este proceso, según las investigaciones de Kamal, tiene lugar entre 22 y 28 horas, pasando al “segundo instar”, que dura entre 8 y 54 horas. El “tercer instar” se puede dividir en dos fases (Goff, 2004), la primera de las cuales dura entre 20 y 96 horas, en las cuales las larvas se siguen alimentando activamente del cadáver, manteniendo la masa larvaria. La segunda fase de este tercer instar dura entre 80 y 112 horas y se denomina fase itinerante o postalimentaria. En ella la larva se prepara para convertirse en crisálida, disminuyendo de longitud y buscando una zona segura alejada del cadáver para pupar. Una vez encuentra esa zona, empieza a formar una crisálida, la cual, según su color, nos permite calcular la edad de la misma, siendo ésta similar al color blanco amarillento de la larva en las primeras horas para después pasar gradualmente a un color marrón rojizo. En esta fase es cuando el insecto se transforma en adulto y, según las investigaciones de Kamal, dura entre 6 y 14 días. Una vez terminada, la mosca adulta, blanda, flexible y de color claro, sale de la crisálida, adoptando en horas el color y la dureza particular de las moscas.
Resumiendo las fases anteriores y siguiendo con las investigaciones de Kamal, podemos decir que, desde la puesta de huevos hasta la mosca adulta, transcurrieron entre 10 y 27 días. Pero no podemos olvidar las variables que pueden afectar a este desarrollo, ya que sus investigaciones se produjeron en un ambiente controlado.
Sabiendo ya esto y utilizando las larvas que habíamos apartado para posteriores comprobaciones, las medimos y determinamos, con un microscopio de disección, en qué instar se encuentran. Los conjuntos de orificios de respiración de las larvas, llamados espiráculos, nos pueden informar de ello. En el primer instar, solo hay un par de orificios en los espiráculos posteriores, en el segundo instar hay dos pares y en el tercero, tres. Una vez determinado el instar, comprobamos cuánto tarda una larva similar en alcanzar ese estado de desarrollo y ajustamos ese lapso de tiempo a las circunstancias donde se encontró el cadáver. La forma más usada por los entomólogos para hacerlo es convertir la temperatura y el tiempo en horas o días graduales acumulados (HGA o DGA). Para ello hay que multiplicar el tiempo por la temperatura en grados Celsius. El tiempo necesario para el desarrollo disminuye a medida que aumenta la temperatura, por lo que el número total de HGA necesario para el desarrollo en cualquier fase será constante (Goff, 2004). Pero para calcular el tiempo necesario para alcanzar una fase dada a partir de esas HGA, dividimos por la temperatura. Es decir, si queremos saber el tiempo determinado que tarda una determinada especie de mosca en alcanzar el tercer instar, tenemos que sumar en primer lugar el tiempo necesario para completar la fase de huevo, así como el primer y el segundo instar. Podemos verlo de manera más clara con el siguiente ejemplo:
“Imaginemos que se descubre un cadáver a las 8.00 horas del 15 de octubre y que se recogen y conservan ejemplares de insectos a las 9.00 del mismo día. Las larvas más maduras de Phorminia Regina están pasando del primer instar al segundo. Las HGA requeridas equivalen al total de HGA necesarias para que las larvas completen la fase de huevo y el primer instar. En el caso de crianzas llevadas a cabo en el laboratorio a 26,7°C este espacio de tiempo sería de 34 horas o 907,8 HGA. Para calcular el periodo de actividad insectil, retrocedo al momento en que se recogieron las larvas: las 9.00 horas del 15 de octubre. Hubo 9 horas de desarrollo entre la medianoche y las 9.00 horas de ese día. La temperatura media del lugar durante ese periodo quedó registrada en 20°C. Esto significa que el 15 de octubre se acumuló un total de HGA (9 horas x 20°C = 180 HGA). El día anterior, la temperatura media había sido de 21°C, lo que da un total de 504 HGA (24 horas x 21°C = 504 HGA). Sumando los totales de los dos días obtenemos 684 HGA. Si restamos esa cantidad de las 907,8 HGA necesarias, nos quedan 223,8 HGA. La temperatura media del 13 de octubre fue de 20°C, y cada hora de ese día equivale a 20 HGA. Al dividir 223,8 HGA entre 20°C, obtenemos un total de 11,2 horas de desarrollo el 13 de octubre. Contando hacia atrás desde la medianoche, podemos concluir que la actividad insectil comenzó aproximadamente entre las 12.00 y las 13.00 horas del 13 de octubre. Tal vez no sea esa la hora exacta de la muerte, pero es el mínimo espacio de tiempo que pudo haber transcurrido entre la muerte y la recogida de los insectos”.[1]
De esta manera y teniendo en cuenta las variables ya mencionadas que pueden estar alterando el intervalo postmortem, podemos calcular ese intervalo con muy poco margen de error. Pero cabe señalar que ese cálculo será menos preciso en tanto en cuanto haya pasado más tiempo entre la muerte y el hallazgo del cadáver.
Otras aplicaciones de la entomología forense
Otros casos en los que la entomología forense nos puede ser muy útil, es en los que sospechamos que ha habido drogas o toxinas que han ocasionado la muerte. En estos casos, los insectos pueden servirnos de ayuda a la hora de realizar análisis toxicológicos de un cadáver en avanzado estado de descomposición, ya que estas sustancias se metabolizan y se incorporan al tejido de la larva al alimentarse ésta del cuerpo. Recolectando y procesando los insectos de la misma manera que en el caso de calcular el intervalo postmortem, podemos extraer drogas y toxinas tanto de larvas, como de pupas y adultos de la misma manera que las extraeríamos de un bazo humano. Gracias a estos estudios sabemos que, por ejemplo, la cocaína acelera el ritmo de alimentación de las larvas, acelerando así su ritmo de desarrollo. Heroína, metanfetaminas y otras drogas también influyen en el ritmo de desarrollo de las larvas o hacen que aumente muchísimo la tasa de mortalidad en la fase de crisálida.
Las ventajas de la entomotoxicología son muchas, y es que apoya los métodos tradicionales de toxicología, no requiere equipos avanzados ni reactivos especiales y, sobre todo, como ya apuntaba antes, puede utilizarse aún en cadáveres en avanzado estado de descomposición. Lo único que no se ha podido determinar a partir de esta técnica es la cantidad de droga ingerida por la persona.
También podemos basarnos en los insectos con el fin de informar si las heridas encontradas en el cadáver son antemortem, perimortem o postmortem, averiguar las características de la escena del crimen, e incluso obtener restos de ADN de la víctima.
La entomología forense en España
La entomología forense se viene aplicando desde hace relativamente poco tiempo. En España ha evolucionado muy lentamente, habiendo un notable incremento en las últimas décadas.
Entre los centros que aplican la entomología forense para resolver casos reales, podemos destacar el Instituto Anatómico Forense, el Laboratorio de Antropología Forense de la Comisaría General de Policía Científica, varios departamentos del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses y el Laboratorio Forense para la Vida Salvaje. Colaborando con estas instituciones, encontramos a las Universidades de Alicante, Murcia y País Vasco, resolviendo casos reales y realizando informes periciales.
Es cierto que el número de investigaciones, así como el número de lugares donde se realizan y el número de publicaciones sobre el tema ha aumentado en los últimos años, quizás gracias a la ayuda de varias series televisivas que colapsan nuestras pantallas, pero en España aún queda un largo camino por recorrer, ya que no existen, por ejemplo, investigaciones en diversas áreas de esta disciplina en diferentes zonas geográficas o investigaciones toxicológicas con insectos.
Por otro lado, en España no es común que el personal de presencia usual en escenas de crímenes tenga una formación adecuada en Entomología Forense o que, entre ese personal de investigación se encuentre algún entomólogo forense, lo que favorecería mucho a las investigaciones. Es el resultado de la no existencia de títulos oficiales de entomólogo forense, ya que si bien hay cursos y carreras en relación con el tema, sólo algunos incluyen la entomología forense en sus programas.
De su validez jurídica podemos decir, en relación a lo anteriormente tratado, que para que la Entomología Forense sea validada y aceptada como pericia por los Tribunales de Justicia, se requiere el desarrollo de investigaciones con modelos animales en distintas zonas geográficas de España y en distintos ambientes y, mientras esto no suceda, los resultados no podrán ser extrapolables a humanos, si bien es cierto que es una prueba aceptada por algunos Jueces y Tribunales.
Conclusiones
La entomología forense nos ayuda a interpretar la interacción existente entre los artrópodos y el cadáver, pudiendo así descartar aquello que está ahí por casualidad y proporcionándonos informaciones muy útiles para resolver el caso. Se trata de una ciencia que ha crecido mucho en los últimos años, pero que ha sido utilizada para resolver casos desde el siglo XIII.
Es, quizás, la parte más desagradable de la criminalística para muchos, pero una de las que más información nos da, encontrando insectos o restos de los mismos sea cual sea la fase de descomposición en la que nos encontremos el cadáver.
Si bien es cierto que en España aun se va un paso por detrás de otros países, ya contamos con Jueces y Tribunales que aceptan estos estudios como prueba, pero es necesario que investiguemos más, en distintas zonas geográficas y distintos ambientes con el fin de que podamos extrapolar esos datos a humanos y, de esta manera, sea una ciencia extendida y aceptada en todo el territorio español.
Bibliografía
- El testimonio de las moscas: Cómo los insectos ayudan a resolver crímenes. Goff, M. Lee. Alba Editorial. 2004
- La Faune des cadavres: Application de l’entomologie à la médicine légale. Mégnin, P. Leído en http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k73846n/f1.image
- M. Lee Goff: Forensic Entomology. Mr Maggot & Dr. Gorm. Ponencia del II Seminario Internacional de Investigación Criminal de la SECCIF. 2011
- Medicina Legal y Toxicología. Gisbert Calabuig. Masson, 2004
- The forensic entomologist in the context of the forensicpathologist’s role. Campobasso, C. e Introna, F. Forensic Science International, 120: 132-139
- Estudio de la entomofauna asociada a cadáveres en el Alto Aragón. Castillo Miralbes, Manuel. Sociedad Entomológica Aragonesa. Monografías S.E.A. Número 6. Leído en http://www.sea-entomologia.org/PDF/MSEA06.pdf
- Forensic Entomology in Criminal Investigations. Annual Review of Entomology. 37: 253-272
- Ciencia Forense. Revista Aragonesa de Medicina Legal. Número 8. Leído en http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/26/57/_ebook.pdf
[1] Goff, Lee M. El testimonio de las moscas: cómo los insectos ayudan a resolver crímenes. Alba Editoral, 2002. Págs. 79-80.