El investigador de escenas de crímenes aprende rápido que los gusanos y los cadáveres van juntos. Durante muchos años esos gusanos no han sido más que otro elemento desagradable del deceso que desaparecía en cuanto el cadáver tocaba la mesa de autopsia. Sin embargo, a través de los años, científicos han investigado esta ciencia, convirtiéndola en el trabajo de campo más cercano a un estudio biológico.
Los insectos son el grupo de animales más numeroso del mundo. Son una de las muchas clases de artrópodos, que constituyen el filo más numeroso y diverso del reino animal. El término “artrópodo” se aplica a animales invertebrados dotados de un esqueleto externo y apéndices articulados, e incluye, entre otros, insectos, arácnidos, crustáceos y miriápodos.
La entomología forense es, según el Consejo Americano de Entomología Forense, el nombre que se le da a cualquier aspecto del estudio de esos insectos y artrópodos que interactúa con asuntos legales. Más en concreto, el entomólogo forense es el que interpreta la interacción ejercida entre los artrópodos y el cadáver durante la descomposición, descartando así los organismos que están presentes por casualidad y proporcionando a la policía toda la información que pueda resultar útil para resolver el caso. Normalmente, la contribución más importante que un entomólogo forense puede hacer es la de determinar el intervalo postmortem, es decir, el tiempo transcurrido desde la muerte hasta el hallazgo del cadáver.
El fin de este artículo es adentrarnos en esta, para muchos, desagradable ciencia forense, con el fin de descubrir todo lo que estos insectos pueden contarnos.